Sabela Fernández Blanco, unha das nosas axudantes da biblioteca da Lagoa de Rosalía, aproveitou o tempo de confinamento para traballar o vocabulario aprendido durante o curso e redactou esta historia titulada "Mauro" que podedes ler aquí. Espero que vos guste tanto como me gustou a mín💖💖💖💖💖
MAURO
Era una mañana de invierno. Mauro cumplía con su empresa, quitaba
nieve de los caminos con una pala. Su padre era duro con él. “Tengo
12 años y ya estoy trabajando”, decía Mauro. Sus amigos siempre
jugaban en la nieve, con trineos y esquís, hacían muñecos de
nieve, bolas… Y él siempre solo, trabajando.
Un día, cansado de repetir la gesta de siempre, cargar nieve y
apartarla del camino, tiró la pala al suelo y echó a correr, cuando
se encontró cansado y paró, no sabía dónde estaba, ¡se había
perdido! Se sentó en el suelo y se echó a llorar.
Se levantó y empezó a caminar despacito. Miró hacia abajo, junto a
sus pies vio una mochila. Dentro había un amasijo de cosas: una
linterna, un mapa, una brújula…
Cogió la brújula y buscó el norte. Empezó a caminar hacia donde
señalaba la brújula. Pero, de repente, lo vio todo negro.
Mientras, en su casa, su madre llamó a Mauro para ir a comer. Al ver
que no le respondía, salió a mirar dónde estaba, no lo vio y
empezó a buscarlo por toda la casa. Al poco rato llegó Paco, el
padre de Mauro y bombero, con sus compañeros de trabajo que se
quedaban a comer. Manuela, la madre de Mauro y modista, estaba muy
nerviosa y Paco lo notó. Les dijo a sus compañeros que se sentaran
a la mesa y le preguntó a su mujer qué le pasaba.
Cuando le dijo eso, Paco se quedó más tranquilo, se sentó a la
mesa y empezó a relatar lo que le había pasado en el trabajo. Pero
cuando llegó a la mejor de sus hazañas Manuela ya estaba cansada, y
seguía preocupada por su hijo. Paco al verla así, le dio más
énfasis a su relato y Manuela se quedó atónita, “me ve así y no
para, sí que es chulito”, pensó. Pero los compañeros de Paco
encumbraron la hazaña, dijeron que Paco era muy intrépido y que
después de tener muchos sueños frustrados había conseguido salir
adelante sin problemas, y Paco no paró de hablar hasta que se fueron
sus compañeros.
Manuela le dijo a su marido que su hijo había desaparecido, que no
lo encontraba, se había desvanecido. Paco, al oír eso, se puso
nervioso, cogió el teléfono y llamó a la policía, los policías
dijeron que no podían hacer nada, pero que si veían algo les
avisarían.
Al final, Mauro consiguió salir del agujero, y echó a correr, no
quería saber más de ese bosque en su vida. Cuando paró, estaba en
un coto muy grande, y se sentó a descansar. Pensó en su padre, que
seguro que se montaría en un trasatlántico si hacía falta, sólo
para rescatarlo y sacarlo de allí, en ese momento, pensó que su
padre era el mejor de todo el mundo.
Mauro se despertó, intranquilo. Se había dormido mientras pensaba
en su padre. Pero, “¿Dónde estoy?”, se repetía Mauro. No
estaba en el coto, donde se había sentado a descansar. Estaba
apoyado en una ligustrina, abrió su mochila, estaba el mapa, la
brújula… Pero ahora también había un cordel y un montón de
cítricos: naranjas, limones, pomelos…
De repente, algo en su mochila empezó a parpadear, ¿¡qué estaba
pasando?!, sacó el mapa, eso era lo que parpadeaba.
Manuela y Paco estaban muy preocupados por su hijo, ya habían pasado
varias horas desde que no sabían nada de él. La policía no les
había avisado y estaban muy nerviosos.
Pero tú
eres bombero, ¿no tienes acceso a información de la policía? –
preguntaba Manuela cada dos por tres.
Soy bombero,
y tengo información. Pero no de niños que se pierden – respondía
Paco.
Pues vaya
bombero de pacotilla – rosmó Manuela.
¿Quieres
que vayamos a buscarlo? – Paco no estaba seguro, pero su mujer
estaba histérica.
¿Qué?
¿Nosotros? ¿Solos? ¿Y la policía? Vale – Manuela salió
corriendo escaleras arriba, y al rato bajó vestida de militar.
¿A dónde
vas así vestida? – Preguntó Paco.
¿Pues a
dónde voy a ir? A buscar a Mauro.
Cuando le dijo eso Paco se quedó petrificado, pensaba que no lo
decía en serio, y aún encima, vestida de esa manera… De repente,
Paco, empezó a tener miedo, ¿y si le atacaba una banda de forajidos
o tenían que escalar una tapia? ¿Qué harían? Y eso mismo le dijo
a Manuela.
Paco, te has
vuelto loco, el miedo te ha afectado, ¿a ti no te preocupa tu hijo,
que pueda estar pasando frío o encerrado en algún sitio? - Le
respondió Manuela sublevada.
Eh, claro
que me preocupa pero… dejemos hacer su trabajo a la policía. –
Paco aún no se sentía seguro.
Claro, que
no te preocupa. Mientras tú estés bien, tengas una cama para
dormir y comida todos los días, no te preocupa el resto. Pues si tú
no quieres venir, me voy sola – Manuela abrió la puerta y salió
decidida.
Al ver a Manuela salir tan segura de sí misma, Paco la siguió sin
miedo, pues, con Manuela se sentía más seguro.
Mientras, Mauro, abrió el mapa y vio una X en un bosque de Brasil.
De repente, algo vibró en su bolsillo, se sacó la brújula, pero no
le dio tiempo a nada, porque escuchó voces al otro lado de la
ligustrina.
¿Pero qué
vamos a hacer?
Nosotros
sólo tenemos que alabar al jefe.
¿Nosotros
alabamos al jefe? ¿Por qué?
Porque somos
una banda de delincuentes, y tenemos que tenerlo todo planeado, lo
alabamos y decimos cosas que haya hecho el jefe, malas, cosas malas.
Vale, alabar
al jefe. ¿Y qué haremos con la persona que esté atendiendo el
banco?
La
colgaremos de una cuerda a ras del suelo.
Las voces cesaron y se encendió un motor, el ruido se fue alejando
poco a poco, hasta que ya no se oyó nada. Mauro cogió la brújula,
empezó a vibrar otra vez, Mauro agarró su mochila, cerró los ojos
y desapareció. Cuando abrió los ojos no sabía dónde estaba, era
un lugar húmedo y oscuro, de piedra, con una pequeña ventana con
rejas, y la puerta muy pesada, cuando intentó abrirla, no lo
consiguió.
Escuchó unas voces y rápidamente se escondió. Eran cuatro guardias
reales que venían con dos hombres fuertes, abrieron la puerta y los
echaron dentro mientras uno de ellos decía:
Quedaos
aquí, no salgáis de esta mazmorra. Os traeremos, desayuno, comida
y cena. Dormiréis ahí, – Y señaló unas camas de piedra – a
lo mejor tenéis más compañía mañana.
Los guardias se fueron y los dos hombres empezaron a hablar.
Con lo bien
que nos estaba saliendo el plan, que ya casi habías cogido todo el
dinero, y va y nos pillan, porque el del banco llamó a la poli.
Ya, ¿y el
jefe? ¿En qué celda le han metido?
En ninguna,
al jefe le dio tiempo a escapar.
Puff, ¿y
cuánto tiempo tenemos que estar aquí?
¡Y yo qué
sé, Ángel!
Vale, vale,
pensé que tú sabías algo.
Pues no.
Mauro seguía escondido, no se atrevía a salir de su escondite, si
habían atracado el banco, eran capaces de hacerle algo muy malo
a él. Tenía que conseguir salir de ahí como fuera, y rápido.
Manuela y Paco salieron de casa, y lo primero que hicieron fue ir a
ver a los amigos de Mauro, a ver si estaba con ellos. Cuando llegaron
todos le dijeron que no, bueno, todos menos Paulo, Paulo era modesto,
vergonzoso y no quería molestar a nadie, por eso casi nunca hablaba.
Paulo dijo:
Paulo hablaba con tanta convicción, que Manuela y Paco echaron a
correr hacia dónde indicaba el niño sin ni siquiera despedirse.
De repente, Paco se paró, receloso, ya llevaban un rato corriendo y
no habían visto a Mauro, Manuela le animó a seguir, diciéndole:
Seguro que
no nos ha mentido, parece un buen chico.
Tienes
razón, sigamos. No parece que tenga mucho ingenio.
Y tras decir esas palabras, siguieron buscando.
Mauro estaba nervioso no sabía qué hacer, tenía mucho miedo,
estaba despavorido, ya había visto rayar el alba un par de veces y
aún no tenía claro lo que iba a hacer. En esos últimos días no
había comido mucho, echaba mucho de menos la berenjena jaspeada de
su madre, ese manjar tan delicioso que no se parecía en nada, pero
en nada de nada a los restos de verduras, pan y pollo, que le habían
sobrado a los delincuentes y se había comido él. También echaba de
menos su cama en forma de coche de carreras escarlata, tan blandita y
suave, nada comparada con el suelo frío donde dormía.
Entre tanto, Manuela y Paco habían entrado en un bosque, se hacía
de noche y no sabían dónde estaban.
¡Aaah! Qué
susto… - Gritó Paco.
¿Pero qué…?
¿Qué estás haciendo? – Preguntó Manuela
Es que se me
cayó esta rama de pinocha encima y me he asustado. – Dijo Paco.
Vaya bombero
que estás hecho…
Estaban muy preocupados, el tiempo apremiaba, ¿y si no llegamos a
tiempo a dónde sea que esté Mauro, y no podemos verlo nunca más?”,
pensó Paco. Se lo comentó a Manuela, pero despacio y cambiando
algunas palabras, para que Manuela no se pusiera demasiado nerviosa.
Eso no, eso
sí que no. – Respondió ella.
Pero puede
que pase, así que vete haciéndote a la idea. – Advirtió Paco.
Que te
calles, zopenco
Y tras esas
palabras, Paco no volvió a hablar en todo el camino, hasta que…
¡Mira! –
Gritó Paco, asombrado.
¿Qué
quieres? – Preguntó Manuela.
U-u-una
ci-ciu-da-ciudad per-perdi-di-perdida.
¿Y por qué
tartamudeas?
La llevamos
buscando... – Paco se paró a echar cuentas – 5 meses,
¡enteritos!
Pues ahí la
tienes, muy bien. – Y justo después de responder, se esfumó.
Paco, asustado, empezó a llamar a su mujer, él oía pequeños
grititos pero no conseguía reconocer si venían de Manuela o de los
monos de alrededor.
Asustado, y ya llorando, empezó a ver las semillas volando de los
dientes de león cuando se desintegran, las siguió, para despistarse
y olvidarse un poco de su mujer, para seguir buscándola luego un
poco más calmado, y cuando ya no tenía esperanzas de encontrarla,
la escuchó gritar, y por fin la vio en un agujero, ese momento, fue
el más bonito de su vida.
Mientras Paco intentaba sacar a Manuela del agujero, Mauro, estaba
bebiendo restos de leche fría. Los guardias estaban amonestando a
los delincuentes, y Mauro había decidido tumbarse a descansar y
comer algo pues los guardias habían cerrado la celda y no podía
salir. De pronto, escuchó un ruido procedente del exterior, parecía…
Pero después se dio cuenta de que, para que le servía escuchar a un
gato si estaba fuera, pero después los maullidos se fueron
escuchando cada vez más cerca, hasta que el gato entró en la celda.
“Entonces, si el gato ha podido entrar y no ha sido por la puerta,
es que… ¡Hay otra salida!” pensó Mauro.
Pero entonces, se empezaron a escuchar las voces de los guardias y se
escondió rápidamente detrás de unos barriles vacíos. “Oh, no.
Ahora tendré que postergar mi huida” pensó.
Cuando Manuela salió del agujero, la noche ya estaba cayendo,
entonces, tuvieron que entrar en la ciudad perdida, estaba húmeda a
causa de la lluvia, y no tenía techo. Justo cuando se dieron cuenta
de esto último empezó a llover. Esa noche la pasaron tan mal, que
ni Manuela, ni Paco, ni un pajarito que había por allí, pegaron
ojo.
Cuando se despertaron, vieron una bandera ondeando al viento, y
entonces Paco dijo:
No, ¿en
serio? Tanto tiempo buscando la ciudad para que algún chaval novato
la haya encontrado antes que nosotros, vamos hombre.
Pero de
verdad que parece que Mauro no te preocupa nada nadita, eh. –
Volvió a quejarse Manuela.
Y dale ya
estamos otra vez, que sí que me preocupa, solo que, me fastidia
bastante, ¿no puedo fastidiarme? – Paco ya estaba harto de que
Manuela no le dejara ni abrir la boca.
Sí, sí que
puedes fastidiarte, pero… Es que no paras de hablar del trabajo, y
te chuleas todo el rato por esto que haces y por lo otro que dices,
y ya cansa. Los trabajos de los demás no te importan, solo el tuyo
es importante, ¿o qué?
No, Manuela.
Todos los trabajos son importantes, por cierto, ¿qué te dijo José
Luis?
¿Qué me
dijo José Luis de qué? – Preguntó Manuela.
Sí, el otro
día estabas hablando con alguien por teléfono, ¿quién era?
Bah, no era
José Luis, si ya hace un año y medio que no trabajo con él.
Ah, no lo
sabía. Entonces ahora, ¿qué eres?
Modista –
Respondió Manuela, cansada.
¿Y quién
te hablaba? – siguió Paco.
Mi amiga
Ana. – Y dicho esto, Manuela echó a andar.
Mauro estaba intranquilo, ahora que sabía que había otra salida, no
podía estar quieto, y ya habían pasado muchas ocasiones en las que
esos dos casi lo habían pillado. Los guardias llegaron, hablaron con
los delincuentes y se los llevaron. Por fin Mauro, se puso a
investigar. Había visto salir al gato y ya tenía claro por dónde
tenía que ir. Lo que no tenía tan claro era si iba a entrar por el
agujero.
Primero metió la cabeza, la espalada, ya tenía medio cuerpo fuera,
acabar de pasar los pies y ya estaba. Lo hizo y de repente, una
Manuela eufórica se le echó encima. Después, llegó Paco, y juntos
y abrazados volvieron a casa, como transeúntes normales, como si
nada hubiera ocurrido, no sin antes avisar a la policía de que Mauro
había vuelto, eso sí, sin brújula ni mochila.
FIN